jueves, 13 de agosto de 2015

Capítulo 5 Un gringo viejo.





     Siempre he tenido infinidad de clientes, gordos, flacos, jóvenes, negros, feos y también lindos.  Pero los que realmente me causan casi siempre sorpresa son los viejos.  Es cierto que no tienen la frescura de la juventud ni su vitalidad, pero me tratan con más cortesía y me hacen sentir como una dama, cosa que me llena de alago y de satisfacción.
   Es una noche del viernes y comienza el fin de semana.  Estos días son los más productivos porque casi siempre hay más actividad social que en otros días de la semana.  Y las actividades de tipo sexual tiene mayor demanda y son más solicitadas los fines de semana por razones obvias.
      Me encuentro frente al viejo hotel Colonial en Miramar.  A este hotel acuden muchos turistas de edad avanzada.  Algunos son hombres de negocio que vienen a realizar gestiones relacionadas a asuntos comerciales y no se quedan más que un par de días.  Por esta razón es más difícil entablar cualquier otro tipo de relación que no sea el encuentro sexual de una noche.  Aun así me he preparado lo mejor posible para agradar a cualquiera de estos hombres que aunque tengan la pija (falo, pene) monga la cartera casi siempre es dura y llena. 
      Visto una falda corta con una blusa en estampados y con tacos altos para añadirle par de pulgadas a mi mediana estatura.  Los hombres mayores casi siempre le gustan las mujeres altas y delgadas, y quería llenar estas expectativas a mis potenciales clientes.  Llevo el pelo corto color castaño claro, arreglado en flequillos al frente y arriba y unos rayitos rubios (color tips).  Estoy maquillada discretamente, para no causar mala impresión, mis uñas largas y de color no muy subido.  Uso un perfume discreto de flores, como “Passion” o las fragancias de “Victoria Secret” de frutas muy apropiadas para no saturar con olores fuertes y alergias que pueda ocasionar en los hombres de esa edad.
       Son pasadas las nueve de la noche y estoy temprano, por acaso si no consigo algo, entonces poder irme a pie cruzando los dos puentes que conectan con el Condado; mi territorio más productivo en asuntos de jangeo (cruising).  En ese momento, va de salida del hotel, un hombre mayor como de unos sesenta (60) años.  Lleva ropa formal, con chaqueta y corbata, y me mira y amablemente me dice “Good Night” y le contesto de igual forma.  Mi inglés no es muy norteamericano que se diga, pero me defiendo como puedo y me doy a entender.  Además en asuntos de sexo el idioma es universal y con tan solo un gesto basta para conocer nuestros deseos.
      El americano era de una piel clara, con ojos azules y expresivos, su cabeza era calva.  Esta era como una corona de piel brillosa rodeada de cabellos grises que parecían plateados lo que le daba un aspecto interesante.  Las calvas siempre me atraen en los hombres mayores, será porque tiene un aspecto del glande de un pene gigante el cual me fascina, esto los sicoanalistas lo han catalogado de parafilia o fetichismo de las calvas.  Pero lo más importante para mí era que me encantaba acariciarla y besarla como si fuese un pene gigante.
     Entonces me pregunta que si espero a alguien y le respondo que no, lo que aprovecha para invitarme a que lo acompañe hasta el restaurant que había en esa cuadra, porque no había cenado y recién había llegado desde New York.  Hasta allá nos dirigimos, aunque yo no acostumbro a cenar a esa hora, le acompaño y le acepto la bebida refrescante de una cerveza.    Me dice que vive con su esposa y que sus hijos ya estaban casados.  Que fue militar de Vietnam y licenciado con honores.  Luego a su regreso, se dedica al negocio de los seguros en el cual se ha desempeñado por muchos años, y que estaba en la isla en asuntos relacionados con las sucursales de la multinacional para cual trabajaba.  Mientras conversa, muestra una hilera de dientes naturales en buena forma en una boca que brindan una sonrisa como la de aquellos actores de Hollywood como Cary Grant.  Sus labios son finos y bien delineados, invitan a besar.
     No voy a contarle ni la historia de mi vida ni lo que planifico hacer tampoco.  La única meta para mi era la que tenía presente.  No me complace en nada contar mentiras, ni tampoco venderme como lo que no soy.  Creo que la sinceridad es la mejor carta de presentación que puedan conocer de mí, y por eso me dirijo a lo mío sin importarme nada que no sea tener lo que he venido a buscar esta noche.   Le digo que me agrada y que tiene bonitos ojos.  Un piropo para un hombre mayor no está de más y menos cuando casi nadie se fija en sus atributos que muy bien pueden no estar visibles ya sea por tenerlos entre las piernas, ocultos a la vista inquisitiva e indiscreta como la mía.  Eso era lo que yo quería, y hacia eso me dirigía. 
      Luego de la cena, me invita al cine que se encuentra a pasos del sitio donde había cenado, lo que acepto porque ya tenía la noche destinada para él.  Yo tampoco iba a despreciar tan amable gesto, y su cortesía en invitarme a estar un rato a su lado en mayor intimidad.  No sentamos en la fila que queda al final arriba donde nadie pudiese interrumpir el paso ni las cosas que yo deseaba tener.   De la película ni me acuerdo, porque lo único que yo quería era estar a su lado, y ver hasta donde podríamos llegar.  Además que mis manos no se estuvieron quietas tocándolo a través de su pantalón para realizar una exploración inicial a mano del área de interés.  Era algo grande, aunque no alcanzaba la dureza deseada aun.  No acostumbraba a llevar brassier o sostén porque mis limones como de adolescente no tenían necesidad de que los sostuvieran.  Me levanto la blusa para que viera que estaba lista para su roce, y entonces me pasa las manos por mis senos, que aunque pequeños en sus manos fuertes y grandes parecían perderse, los pezones contestaban endureciéndose y con el frio que hacía en el lugar encontraron en esas manos la tibieza anhelada. 
      Que rico sentía sus manos suaves y cálidas rosando mis tiernas carnes deseosas de caricias.  Entonces me mira como con deseo y lo tengo cerca de mi rostro.  Y comienza a besarme con sus labios de hombre mayor pero con la dulzura y suavidad dignas de una princesa.  Esa fue la mejor parte porque un beso de amor no se consigue tan fácil y para mí fue como un premio a mi persistencia con un hombre mayor pero que me trataba como si fuese su novia.  Ya había pasado más de una hora, viendo la película y sonriéndonos mutuamente, con mi mano entre la suya.  Pero la calentura que comenzaba era inevitable, y mucho más alimentada por mis técnicas de seducción para alcanzar la meta anhelada, de irme a la cama con él.
    Termina la película y entonces me invita a un bar cercano.  Acepto para complacerlo y entramos.  El ambiente era bastante íntimo.  Muy poca luz, había mesas arregladas con velas y la barra quedaba a distancia.  Tomamos asiento y ordena dos bebidas.  No quería que ingiriese mucho licor porque eso echaría por la borda mis planes de pasar la noche con un gringo interesante y viejo.  Mientras, escuchábamos la música, de Adele y Celine Dion  me propone que si quiere que le acompañe a su habitación.  Se me dio.  Eso era lo que yo buscaba, tener un encuentro con aquel viejo, que tenía todavía atributos físicos deseables.  Ya en el cine había palpado su morronga (pija, verga) y me había entusiasmado y aunque no se puso dura como hubiese deseado, la quería sentir mía por dentro.
       Luego de ese trago, me pide que le acompañe, y me voy con él.  Me dice que le siga hasta el ascensor, pero que el va a entrar primero, no conmigo a la vez.  Sigo sus instrucciones y llego hasta el ascensor donde nos dirigimos al piso cuatro.  Se abre la puerta del ascensor y le sigo hasta una de las puertas de las habitaciones, y abre. 
      Había una cama grande con cortinas en las ventas que daban hacia el exterior.  Las luces de la ciudad se apreciaban dando una sensación de paz y de reposo.  Nos sentamos en la cama y comienza a besarme pero esta vez más intensamente.  Sus labios eran como una lapa en los míos que me hacía temblar de emociones, y su lengua jugueteaba con la mía en este encuentro de lenguas que nada tenía que ver con lenguaje.  Me tiende suavemente hacia atrás, y comienza a alzarme la blusa para buscar mis tetas recientemente sobadas en el cine.  Se las entrego y se pierden en su boca grande y hermosa.  Son como limones los cuales quisiera extraerles el jugo, pero que en esos momentos se encuentran duros y deseosos de ser chupados aunque no le brindaran su néctar a tan sediento hombre mayor. 
       Yo ya me había encargado de soltarle la correa y bajarle la cremallera e introducir mi mano buscando la presa dormida en ese momento para despertarla y poder disfrutarla como yo solo sabía hacerlo.  Procede entonces a quitarse toda la ropa, mostrándome sus carnes duras y blancas, era de buena estructura corpórea, sus brazos eran fuertes y viriles.  Su pecho ancho y con sus tetillas pegadas, no había formas onduladas sino más bien un torso libre de bellos, que tan solo se apreciaban en sus axilas.  Su cintura era de buena forma, no había panza ni tampoco colgalejos.  Este era un hombre que aunque mayor, estaba curtido por el ejercicio, porque su cuerpo aunque era atlético, no presentaba músculos pero tampoco grasa en sus abdominales.
       Cuando poso mi vista en su área genital, vi una enorme verga como de veinte centímetros de largo, gorda y cabezona color rosado.  Aunque estaba monga, colgaba hacia abajo y me dejaba ver la magnitud de su poder.  Sus bolas eran bastante grandes también, y me parecían una guanábana como las que solía comer en el patio de mi casa.  Mis manos inquietas comienzan a tocar aquel instrumento que tendría que adobar, para alcanzar la consistencia deseada.
       Entonces es mi boca la que procede a meterse aquella cabeza suave que me llenaba la cavidad oral, pero que yo deseaba creciera para disfrutarla mejor.  Sigo chupando en movimientos suaves y continuos para ver si podría endurecer aquel instrumento digno de una mujer como yo.  No me ajoro, me tomo mi tiempo.  Sé que la reacción de estos viejos en esta etapa no es rápida, pero tampoco breve.  Eso es lo que me gusta de ellos.  Se toma tiempo preparándolos pero una vez lo consigues te duran bastante tiempo para gozar de su pija (pene) hasta la saciedad. 
       Para mi sorpresa ya comenzaba a crecer en tamaño y grosor, y aunque no estaba dura se iniciaba la tan anhelada εrección.  Yo procedo a desvestirme de la poca ropa que llevaba, la blusa, y la falda corta y los zapatos.  No usaba sostenes, pero si pantaletas de suavidad y calidad.  Me dejo las pantaletas, para que sea él quien con sus manos proceda a quitármelas, esto incita a los hombres cuando te las bajan.  Me levanta en sus fuertes brazos y me deposita en la cama.  Ahora era él quien bregaba conmigo.  Ya mi pija estaba endurecida y me la acomoda entre las piernas hacia atrás y me pide que la aprisione cerrando las piernas.  Esto daba la impresión de que estaba transformada en una mujer aunque fuera artificialmente.  Y comienza a besarme en esa área genital de bellos púbicos que yo con esmero siempre acondicionaba para que pareciere una vulva femenina y me da lengua, lo que me estremece con gran emoción.  Pero yo no quería dejar de tocarle la morronga que aunque monga ya comenzaba a endurecer lenta pero consistente.   Lo tengo encima de mí, y su peso no lo siento ante las caricias de este hombre que me llenaban de placer y deseo carnal.  Entonces me mete la vεrga entre las piernas y yo las cierro como aprisionándola para que no escapara y esto hace que pareciera que me estaba clavando aunque fuese artificialmente.   Me lleva  hasta el borde de la cama con las piernas al piso y boca abajo, para darme caricias con su glande en mi raja.   
        La morronga seguía endureciéndose, haciendo realidad mi anhelada posesión de aquel falo, pene, o como se quiera llamar.  Yo siempre tenía lubricante en mi bolso, que había dejado cerca para cuando llegasen estos momentos.  No pretendía que me rompieran y me hicieran daño que me rasgaran mi bello ano con tan salvaje clavada.  Procedo a abrir uno de los sobres conteniendo el lubricante KY, convenientemente empacado para un solo uso, y procedo a lubricarlo desde la cabeza (glande) hasta la mitad y desde la mitad, a la cabeza.  No lo hago en la parte de la base hasta la mitad, dejo siempre esa área sin lubricar para evitar que el exceso de lubricante forme una mezcla con el excremento que pueda haber en su encuentro dentro del recto.  El ano ayuda en este encuentro cuando se convierte en parte de ese túnel para darle cabida a la morronga grande y sabrosa.
    Ya la morronga (pene) había alcanzado la dureza deseada, y con mi mano la guiaba para que su glande se introdujese en el culo (ano) anhelante de placer.  La clavada fue bella, y con un hombre de esas dimensiones me llenaba de lujuria.  Mientras me la iba metiendo me abrazaba con sus dos manos en mis hombros en un agarre para reclamarme con mayor firmeza la entrega de mi bello culo ahora poseído por aquel viejo hambriento de chingar (follar, coito, acto sexual) y que me hacia gozar a la vez que su verga resbalaba en mis carnes que le servían de placer que yo sabía cómo lograr competir con cualquier crica (vulva) en esa faena de chingar.  Mis músculos del peritoneo estaban preparados para hacer contracciones que se asemejaran a los de una crica en excitación coital.  Y procedo de manera rítmica a cerrar y a ceder, a cerrar y a ceder, logrando que su verga adquiriese la tan deseada dureza que tanto anhelaba.  El viejo comienza a chuparme las orejas y a clavarme suavemente sus dientes en mi cuello, cosa que me lleno de mayor excitación.  Su glande (pene) me estaba haciendo los masajes deseados en mi próstata, en sus movimientos de entrada y salida, lo que me causaba un mayor grado de placer hasta llevarme a la lujuria.
      Entonces siento que su agarre se hace más fuerte, y su respiración es profunda en mi nuca, lo que me indica que estaba ya por venirse (eyacular) dentro de mi culo poseído.  Yo quería gozar ese momento para hacerlo a la vez con él y así satisfacerme plenamente de esa verga que tenia metida y era mía en este festín carnal donde el encuentro entre ambos había alcanzado el máximo de placer.  Y los chorros empiezan a salir dentro de mí, y mi próstata a sentirse que iba a estallar con la fuerza de su descarga dentro de mí y sus movimientos.  Yo ya estaba viniéndome (eyaculando) con una intensidad como pocas veces.  La próstata había sido masajeada con su cabezona verga lo que me produjo placeres semejantes a haber tenido una crica en función con un clítoris en excitación.
     Ya el hombre me había llenado de su rica leche y la sentía corriendo dentro de mí para saciar mi hambre de bicho viejo, pero sabroso.  Lo dejo que retoce en mi culo unos momentos para que se retire lentamente, cosa de sentir el roce de su extensión en mis carnes llenas de leche y de placer.   Entonces me voltea y me acaricia todo el cuerpo y me besa con intensidad como premiando haberle ofrecido ese rato de placer tan intenso, el cual no parecía haber disfrutado en mucho tiempo.  El viejo me había llevado por caminos del placer que no pensaba iba a alcanzar pero que fueron de gratificación por mis destrezas logradas por la experiencia con esta clientela, con necesidades especiales.
       Cuando me estaba bañando con él, hicimos un ritual de exploración mutua, tratando de no dejar sin acariciar ninguna parte que pudiese ser sobajeada con las manos y la lengua que retozona se introducía en el hueco recién había poseído.
    Nos vestimos y yo tengo que irme.  Me pregunta, --¿cuánto quieres?  y yo le contesto, -- lo que quieras darme.  Entonces me mete en la cartera un billete de cien dólares, y yo contenta lo acepto agradecida.  El gringo me abraza con fuerza y lo miro como un cliente viejo que tal vez ya no vuelva a ver jamás.




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