Yo no sé qué es lo que pasa con los hombres. No tienen los cambios de temperamento provocados por las menstruaciones de las mujeres, pero mira que joden. Insoportables y caprichosos, testarudos y vanidosos. Cada vez que encuentro algún cliente en estas noches obscuras de Condado o Miramar es una nueva historia que contar.
Estaba dando la ronda, por la Avenida Ashford, como mi primer destino nocturnal. Era un viernes pasadas las diez de la noche. Había muchos autos que transitaban la conocida avenida. Muchos iban en grupos en vacilón, otros con alguno que otro acompañante, pero los que realmente me interesaban eran aquellos que iban solos. A veces los cristales ahumados no me permitían ver nada, por lo que pasaba la mirada hacia el siguiente carro, para no dar la impresión de que estaba buscando clientes camino lentamente y me detengo un rato. Siempre hay uno que otro que se da cuenta que busco algo, y reduce la velocidad para mirarme con más detenimiento. Era un auto Rambler color azul claro, y dentro había un mocetón como de unos treinta y dos años. Era de color indio, con grandes ojazos y pelo lacio negro, los brazos eran fornidos de anchos hombros y su sonrisa mostraba grandes dientes como de caballo.
Me sonríe y me pregunta: ─¿Qué haces?
Yo le respondo: ─ Buscando por ahí.Entonces me responde, ─ ¿Quieres dar una vuelta?
--Si, no hay prisa. ─ le respondo.
-Sube. ─ Me dice, accedo a su invitación y entro al auto. Me doy cuenta entonces que el mozo media como unos seis pies, y tenía buenas piernas. Mis ojos se detuvieron hasta el área de la bragueta. No apreciaba ningún bulto que pudiera codiciar. Eso como que me enfrió un poco. Pensé, tal vez lo que tenga sea un micro pene, como a veces sucede con estos tipos, grandes y fornidos pero con una pistolita de juguete, como dice Paquita la del Barrio. No quise darle casco a ese asunto y entablo una conversación algo pendeja con él.
─ Entonces me tienes que decir, ¿cuáles son? ─ me
─ ¿Entonces tú puedes hacer casi lo que hace una
─ La noche esta buena para pasear─ le dije.
─ Sí, y es temprano todavía, se pueden hacer
muchas cosas.─ contesta con cierta malicia.
─ Si, ¿como cuáles?─ le digo.
─ Bueno, tú sabes, algún trabajito que no tome
mucho tiempo. Tengo que regresar a casa y mi mujer me espera. -- me dijo.
Fue como si me echaran un balde de agua
fría. Solo con decirme eso pude darme cuenta que estaba tratando con un pendejo que su mujer lo tenía en las verijas. Pero tampoco quise darle casco a eso, tal vez sea porque era mi primer cliente de la noche y no quería perderlo tan temprano.
─¿Entonces eres casado? – le pregunto.
─ Sí, hace cinco años. – me contesta.
─ ¿Y todo bien? ─ le pregunté para saber su
relación estaba decayendo o iba mal.
─ Tenemos momentos. – me dice.
─ ¿Cómo cuáles? -- le pregunto porque quise ver si
era que no le daban crica y eso buscaba en la calle.
─ Es que ella tiene un genio! – me dice.
─ Y a veces se desquita y no me deja que la toque.
─ agrega.
─ ¡Lo sabia! – pensé. Este lo que busca es quien le
saque las castañas del fuego.
Ya habíamos llegado al puente Dos Hermanos y el
carro iba más rápido que en el tramo anterior.
─ ¿Tienes sitio? ─ me pregunta.
─ No.-- le contesto de inmediato.
─ Entonces vamos por la ruta
equivocada. Debíamos ir fuera de
Condado, tal vez hacia Caguas. ─me contesta.
No me gustó nada su insinuación, pues creía que
me iba a botar como bolsa de mierda por esos
lugares, a lo que le contesto yendo al grano:
Mira si lo que quieres es un "quick job”
(trabajo rápido) más vale que lo hagamos por
ahí.
─¿Dónde? – me dice haciéndose el pendejo.
─Sigue hacia Puerta de Tierra.-- le indico.
Y hacia allá nos dirigimos, luego de cruzar el
Viejo Hotel Normandie le digo --No, no por el
Escambrón no, porque hay mucha gente a
esta hora. Pensaba que la mamadera estaba
abundante en ese lugar, y era frecuente ver autos
estacionados con una que otra pareja en actividad
oral disimulada.
Luego de pasar por el Kentucky le digo:
─ Baja al paseo estacionamiento frente al mar, y
allí nos detuvimos.
El tipo se me queda mirando, como queriendo
averiguar quien realmente yo era, aunque tiene
que haberse dado cuenta que una mujer no
era. Para evitar las sorpresas indeseables
de que te vengan con el cuento de que yo no sabía
nada que tú eras un maricón sucio. Le dije de
forma y manera que no le causara algún trauma.
--Mira, yo soy un chico que estoy en proceso de
convertirme en mujer. Como tú podrás observar,
tengo mis atributos que equivalen a los de una
bien formada. – le dije advirtiéndole.
─ Ahh. -- contesta pendejamente.
─Y puedo hacer cosas que una mujer no se
─Y puedo hacer cosas que una mujer no se
atrevería por muchas razones. ─ le digo.
─ Entonces me tienes que decir, ¿cuáles son? ─ me
dice con malicia.
─ ¿Entonces tú puedes hacer casi lo que hace una
mujer? me pregunta más pendejamente.
Yo no explico, yo demuestro.-─ le contesto.
Es entonces que comienzo a desabrocharme la
blusa para que vea mis limones, como una niña
adolescente. Y su rostro comienza a sonreírse.
Veo entonces que la leve luz que entraba por las
ventanillas provenientes de los carros que
transitaban por la avenida era como fotos que
prendían y apagaban entre la claridad
momentánea y obscuridad.
Y su rostro comienza a tomar la forma como la de
un demonio sonriente. Esto me causó temor.
Entonces se me acerca. Y yo, con más temor
aún. Y me toca por los hombros que estaban
recién descubiertos. Pero su cara de
demonio, me daba terror.
Y me dice – ¿Tienes miedo?
─ No, ─ le indico, ─ es que tengo dudas.
─ No sé si te gusto. – me dice.
Entonces procede a darme un beso en la
boca. Un beso que sabía a huevo sin sal, un beso
frío y sin ninguna sensación que no fuera tratar de
convencerme deque él me gustaba aunque
yo sintiera asco.
Pero ni siquiera asco me causaba su trato
desabrido y sin fundamento. Y trató como de
bajarse la cremallera, pero ni eso
hizo que me motivara.
─ Vámonos que esto se hace difícil aquí. ─ le dije
con insistencia.
En esos instantes se aparece una patrulla con
el biombo azul relampagueante. Y se bajan dos
policías con sendas macanas en las
manos. Y comienzan a golpear los parabrisas de
los autos estacionados, haciéndolos piedritas
destellantes.
El tipo comienza a encender el auto y arranca
a toda prisa, y yo a subirme rápidamente la blusa
que había desabrochado. Y se dirige a toda prisa
por la Avenida Muñoz Rivera hasta el capitolio y
durante todo el trayecto no dijo nada.
─ Tuvimos suerte de que no nos agarraran esos
guardias – le dije.
─ Sí, y ya se me hizo tarde porque tengo que
regresar. -- me dice.
Entonces le pregunté ─¿Cómo te llamas?
─ Luciano, me dice.
─¿Y de donde eres Luciano?
-- De Guaynabo, Barrio Camarones
─ Y qué hacías por aquí, si eres de allá. Fue lo que
se me ocurrió.
─ Es que trabajo en Barrio Obrero, en un negocio
de cuchiflitos y al
salir me dio con ir al Condado.
─ Yo soy de Barrio Obrero, le dije.
Deja ver.. ¿no me digas que es en El Bohío?
─ Sí, ─me contesta.
─ Si quieres nos podemos ver otro día.
─ Ya veremos. ─ le dije.
─Por favor, llévame donde me recogiste.
No estaba dispuesta a perder mi noche con
semejante esperpento, ni loca.
Ahora tendría que armarme de fuerzas para poder
lucir bien y tratar de conquistar algo que valiese la
pena, luego de perder mi tiempo con semejante
Cuasimodo.
Entonces, cuando pasaba algunas veces por la
Avenida Borinquen lo veía sirviéndole bebidas a
los parroquianos y las frituras que mostraban
en una urna de cristal con una bombilla.
Mira, no me quedaron ganas de salir con un
individuo así, que podría ser que cayera en pánico
homosexual y yo terminar mi vida asesinada
por un Cuasimodo.
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